El sueño de unir los dos océanos
Por Luis Orlando Sanchez.
A lo largo de su rica historia el Turismo Carretera se propuso especiales desafíos, abrió caminos y senderos, superó fronteras, recorrió pueblos, sumó miles de kilómetros de rutas y hasta cumplió el milagro de unir dos océanos.
Hace nada más que 55 años, tenía lugar una mítica aventura, y una proeza inolvidable, el Gran Premio Dos Océanos, una de las grandes epopeyas de los carreteros, organizada por el Mar del Plata Automóvil Club, el Club Jorge Newbery de Venado Tuerto y el Automóvil Club de Chile que se disputó desde el 17 al 27 de marzo de 1965 en una temporada que incluyó nada menos que 35 realizaciones y con eventos clásicos, un ejercicio exuberante en el reino del TC.
La singular competencia unió Argentina y Chile, el océano Atlántico con el Pacífico, desde el Faro de Punta Mogotes en Mar del Plata, hasta Viña del Mar, ida y vuelta, con un recorrido total de 4.169,153 kilómetros, una experiencia emocionante, llena de matices y condimentos.
La primera etapa la ganó Carlos Walter Loeffel (Chevrolet), a más de 204 kilómetros de promedio para desandar casi 900 kilómetros. El recordado «Tío Fritz» de Marcos Juárez, finalmente pudo participar de la gesta, luego de estar censurado por el ACA ya que corría con una pierna ortopédica, producto de un accidente sufrido en 1961.
El segundo parcial, quedaba para los Emiliozzi, aunque emergía la figura de Bordeu que lideraba la clasificación general. Rodolfo de Álzaga, que había sido el encargado de estrenar el Ford Falcon en la categoría apenas unos meses antes, ganó la tercera y cuarta etapa dominando los caminos montañosos, Mendoza-Viña del Mar ida y vuelta. Allí comenzaba a mostrar su talento y manejo, que luego le valdría el apodo de «Señor de la Montaña».
En el tercer parcial sufría un serio accidente en la zona de Caracoles, «Maneco» Bordeu y Alberto Lozano, padeciendo ambos quemaduras de segundo grado luego de recibir un chorro de agua hirviente que se derramó del tanque de agua al levantar presión el circuito hermético de refrigeración. Alzaga que venía detrás, detuvo su marcha y los llevó hasta Uspallata, donde fueron asistidos y transportados en avión hacia la ciudad de Mendoza.
Volver, fue más complicado que ir, el retorno de «Viña» a Mendoza se hizo con dificultades porque la nieve se había descolgado la noche anterior. Justamente antes de llegar al paso Cristo Redentor, el fenómeno aportaba un marco distinto, peligroso, pero imponente a la competencia.
La tragedia también se hizo presente en la penúltima etapa, y a solo 3 kilómetros de la capital de Mendoza, falleciendo los venadenses Raimundo Caparrós y su acompañante Héctor Pérez después de chocar contra una rotonda, en el acceso a la capital, dando dos tumbos antes de caer en una acequia e incendiarse su cupé Chevrolet.
Ese tramo hasta Venado Tuerto, era el último descanso en una ciudad golpeada por el dolor de los dos deportistas caídos, y el parcial quedó para Hugo Armando Gimeno con la máquina De Soto.
Al día siguiente (27 de Marzo) había que recorrer más de mil kilómetros hasta Mar del Plata, 21 autos entre los normales y reenganchados. Etapa tremendamente veloz y extensa con cambios y deserciones, golpes de efecto y emociones especialmente en la última parte. Luego de los problemas de Gimeno, Oscar Cordonnier, que se había reenganchado en Viña del Mar acompañado por Walter Bruno (reemplazante de «Pipo» Cestona) se daba el gran gusto de superar a Dante y «Tito» Emiliozzi saliendo del Puente Colgante en la ciudad de Necochea. El movimiento final tenía suspenso y alta temperatura, aunque los ídolos de la capital del cemento dominaban con amplitud la general. Por otro lado, una gran alegría para la peña «Hipólito Aguado» de Ayacucho, por el valioso premio logrado por el querido «Cacho» Cordonnier.
La clasificación general tuvo a los hermanos Emiliozzi con el Ford 59 AB como el vencedores de la prueba, luego de más de 26 horas de recorrido. La competencia fue tan exigente que apenas llegaron once gladiadores del medio centenar que había largado diez días antes. «Rolo» De Álzaga y Atilio Viale del Carril (Ford Falcon) completaron el tridente de punta. Completaron el quinteto de avanzada dos defensores de la marca del óvalo, Raúl Chabert de Mar del Plata, y Eduardo «Tuqui» Casá, el «crédito» de la ciudad del quíntuple. Para los Hnos Emiliozzi, fue una motivación extra, y el impulso para potenciarse y sacar chapa de candidatos a la corona.
Treinta carreras más tarde, pudieron alcanzar el cuarto tributo consecutivo, un logro que hasta ese momento solo había alcanzado el más ganador de la máxima, Juan Gálvez en dos oportunidades.
(Fotos: Historia del TC)