Se fue uno de los últimos románticos
Nadie puede olvidar los sentimientos que despertaban aquellas legendarias máquinas, aquellos bólidos que hicieron historia en una época gloriosa del automovilismo argentino. Esas indestructibles “cupecitas” que desafiaron la adversidad, y cualquier tipo de terrenos, desde caminos consolidados, y rutas asfaltadas, hasta tramos desérticos, inhóspitos y montañosos. Máquinas que abrieron caminos e inauguraron rutas. Protagonistas que han enhebrado epopeyas gloriosas, carreras inolvidables y hasta luciendo una notable supervivencia en los desafiantes Grandes Premios. Oscar Erit Cordonnier vivió muchas de esas experiencias, representando a la ciudad de Ayacucho y a la Peña Hipólito Aguado de la ciudad de las rosas.
El 2 de Noviembre de 1929, nacía este perseverante de los fierros en la ciudad de Balcarce, pero poco tiempo más adelante se radicaba en Ayacucho. El segundo nombre se debía a que ese año había ganado las 500 Millas de Rafaela, el alemán Eric Forest Green, (solo le debieron cambiar la última letra).
Sus inicios lo hacía en Fuerza Limitada y el 2 de Septiembre de 1962, debutaba en Turismo Carretera en una carrera para No Ganadores organizada por el Mar del Plata Automóvil Club, con una coupé Chevrolet, modelo 39, con la clásica decoración, con la que transitó más de ochenta presentaciones.
Cordonnier brilló en muchas lides de la categoría más popular del país, como la victoria concluyente en el Gran Premio de Cuyo, con un soberbio trabajo en la Mar y Sierras del año 65, en la etapa final de las Dos Océanos y en distintas batallas de la época.
Ayacucho, no olvidará todas sus proezas y los grandes logros que “Cacho” Cordonnier cosechó en su prolífica campaña, y le entregó a su pueblo. La gente que vivió esa época, recuerda con mucha pasión esas inolvidables sensaciones, y los que no vieron muchas de sus hazañas sienten un afecto y sentimiento muy particular.
El último homenaje al gran «Cacho», fue con motivo del rally Mar y Sierras hace tres meses en su ciudad, y con su gente, que llevó su nombre.
Se fue en silencio, uno de los gladiadores, y una de las columnas de la máxima, aferrado a ese espiritu aplomado, reflexivo, y a su pasión irresistible por los fierros.