El autodromo Juan M. Fangio, en el peor momento de su historia
Tristeza y desolación. Mala mezcla para una conmemoración. Porque hoy se cumplen 41 años de la fundación de uno de los íconos del automovilismo argentino: el autódromo Juan Manuel Fangio. Ese circuito que le ganó metros al impenetrable cerco serrano hace más de cuatro décadas, a partir de una inversión monumental e histórica, el que nos hizo escuchar sus rugidos por primera vez con las mejores carreras de las que se recuerde, y el nos trajo alegrías y pasión, hoy es una sombra. No es para menos, en 40 años nunca se le había cambiado el asfalto ni tampoco se le había hecho un trabajo tan importante como costoso. Y la maquinaria política consideró que tan tamaño emprendimiento merecía una buena reinauguración, tal como la describe la placa de mármol que acompaña al busto de Fangio.
Sin embargo, lo que debió ser una fiesta, terminó en la consabida tragedia que le costó la vida al pobre Guido Falaschi, que peleaba el campeonato (aún conserva el record de vuela de 1’ 39”) y al cual el infortunio lo esperó a la salida del puente, escabullido entre unos neumáticos desprolijos y antirreglamentarios. Lo demás ya se sabe y no se olvida. Ese día, el Fangio murió un poco con el. No hubo más actividad desde entonces, ni siquiera competencias zonales. Apenas algún festival deportivo que nada tiene que ver con el automovilismo, y punto. El mes pasado se había habilitado para el paseo público, pero se volvió a cerrar. Y aunque la pista permanece flamante, como si nada hubiera pasado, en boxes (la única parte a la que no llegó la repavimentación), la realidad es bien diferente.
Al subir la escalera de piedra ya se divisa desprolijidad. Pastos rebeldes, retamas y hasta ciruelos, crecen de entre las grietas de la “parte vieja”. El busto de Fangio ofrece una vista triste, y hasta parece que propio “Chueco” lamenta lo sucedido con una mueca que parece haber cambiado del orgullo a la resignación. El detalle de una gota de humedad surca la cara como si fuera una lágrima. La recorrida entre pastos y abandono se hace más deprimente al ver los vidrios destrozados de la cabina de prensa distintiva del autódromo, esa que siempre fue naranja brillante y que el mal gusto del pintor de turno cambió por un marrón horrible y mortecino. Tampoco se salvaron los baños del subsuelo, planta baja y primer piso. Todo está gobernado por miles de trozos de vidrios rotos desparramados.
Similar aspecto presenta la ex confitería ambientada como salón VIP y rebautizada como “cabina de prensa Isidro González Longhi”. No están las fotos conmemorativas, la alfombra está arrancada en tramos y los vidrios también, rotos. Algunos pájaros hasta anidan en su interior y sobrevuelan entre las ventanas sin cristales. Cardos, pastos, flores, que aunque coloridos, imprimen más tristeza en el panorama, más desértico con el sol del mediodía rozando los 35° de térmica. Permanecer allí causa una rara sensación de impotencia y culpa. Con todo ese escenario, maldecir en silencio y deprimirse es inevitable, sobre todo para aquel que considera al automovilismo como una pasión. Ningún piloto balcarceño, aún siendo Campeón, pudo lucirse ante su gente y eso es lo más triste.
Parece mentira. Tanto tiempo invertido, tantas horas hombre, tanto dinero, que en segundo fatal, lo que hubiera sido una fiesta, terminó convirtiéndose en una de las mayores tragedias del automovilismo nacional. El TC no puede olvidar a Guido. Nosotros tampoco y el Autódromo, menos. Una modesta placa lo recuerda en el lugar donde se mató. Mientras, las Federaciones zonales pugnan por correr allí durante el año, no hay interés y pareciera que el miedo a algún tema judicial, cohíbe el uso del Fangio. El histórico circuito no puede quedar así. Se espera que desde el ámbito gubernamental (el único que podría), se haga algo. Es necesario y muy importante que así ocurra. El lugar que fue hecho para el ruido y la velocidad, hoy permanece en el más absoluto silencio. Y eso si que hace ruido.