El «Príncipe» eterno, difícil de olvidar
Con objetivos claros y firmes, vivió por lo que amaba y se fue por la razón que vivía. El 22 de Noviembre de 1992, caía Roberto Mouras, ícono del Turismo Carretera, referente indiscutido de Chevrolet, respetado y admirado por todas las marcas y público rival. Aquel día de dolor, marcaba un antes y un después en la máxima.
Horas de conmoción y raras sensaciones vivieron los carreteros en aquel fatídico mediodía de Noviembre, en el semipermanente de la ciudad bonaerense, a casi 100 kilómetros de CABA.
Transcurrieron 28 años del viaje eterno de Roberto Mouras, cuando exhibía su manejo, convicción, y sabiduría en el circuito de Lobos, sumando medio centenar de conquistas en el TC, sólo superado por el sublime Juan Gálvez.
Fue tricampeón con Dodge, siempre en la estructura conformada por Omar Wilke y Jorge Pedersoli, en las temporadas 1983, 84 y 85, convirtiéndose en el máximo ídolo de la hinchada del «moño», pese a que no consiguió la ansiada corona con esa marca legendaria.
Si hubiera podido elegir su destino, seguramente habría optado por irse en silencio, como al «Toro» le gustaba andar por la vida.
Recuerdos imborrables y cautivantes han quedado del “Príncipe” de Carlos Casares, nacido en la localidad bonaerense de Moctezuma el 16 de Febrero de 1948.
La ruta se llevó al hombre serio, introvertido, que despertó emociones y momentos de gloria.
Desde que debutó en la máxima el 30 de Agosto de 1970 en la Vuelta de Chivilcoy, siempre fue al frente, hasta que detuvo su marcha el 22 de Noviembre de 1992. Fue emblema de una pasión, referente inolvidable, que siempre resucitan en la memoria.
Aquel mediodía dominical, los relojes se detuvieron y el tiempo se congeló, se paralizaron los corazones, pero no las lágrimas, la de esa gente que como decía el “Toro” o «Pelito», es la que elige, esa misma que lo eligió para siempre.
Difícil fue la reacción y comprensión de aquellas horas. Parece que fue ayer, ya transcurrieron 28 años del trágico accidente en el reducto del noreste bonaerense, cuando conseguía su victoria N° 50 en la máxima, que lo ubica segundo en la tabla de los carreteros ganadores, sólo superado por Juan Gálvez. También ese día se iba con el ídolo, el «Huevo» Amadeo González, un chico laborioso y de suma confianza, formado en la academia de dos notables preparadores.
En las rutas y pistas argentinas han quedado epopeyas gloriosas de su paso exitoso, desde aquel Bergantín de su abuela materna, pasando por el Chevrolet 400, el Torino naranja con el que debutó en la Vuelta de Chivilcoy del año 70, la «Chevy” con la que se integró al equipo oficial de la Comisión de Concesionarios Chevrolet, el imbatible “7 de Oro” de las seis victorias al hilo, los Dodge del tricampeonato y la coupé Chevy de sus últimas entregas.
En el corazón de los hinchas han quedado grabados las memorables y electrizantes disputas, con el equipo Ford, “Pirín” Gradassi, Juan María Traverso y los duelos vibrantes con Oscar “Pincho” Castellano en la década del 80, con un profundo respeto y admiración de ambos, debajo de los autos. Un tipo especial, diferente, de rico interior. Un destacado de todas las épocas.
Fue grande en lo deportivo, y como ser humano. Hablaba poco, pero transmitía seguridad, simpleza y sabiduría. En silencio, el «Toro» tendía su mano franca, ayudando a los bajitos. Su fuerte desafío era la corona para Chevrolet, pese al protagonismo y a sus desvelos, no pudo con la marca alcanzar el tan ansiado objetivo.
Se fue entre aplausos, lágrimas y dolor, llevándose el último tributo al cielo, para compartirlo con quienes hicieron grande al Turismo Carretera.
Luis Orlando Sanchez